Humberto Vacaflor Ganam
22 de febrero 2019
El ejército boliviano ha decidido, de repente, ponerse firme en el control del contrabando de entrada, y ha llegado a incendiar camiones de contrabando; ahora le falta hacer lo mismo con el contrabando de salida, pero deberá tener mucho cuidado porque son combustibles y droga, ambos muy explosivos.
Si se propusiera el ejército incendiar los camiones, minibuses, microbuses y las carretillas en que salen los combustibles subvencionados, por todas las fronteras, sería un incendio peligroso, que dibujaría la silueta del país en una sola llamarada. Y si quisiera, de veras, frenar la salida de la droga, el incendio sería político y en ese caso el comandante podría tener los días contados.
Quizá el ejército no haya hecho consultas con las esferas políticas, y sobre todo con las esferas electorales del gobierno, para lanzar este furioso ataque al contrabando de importación, del que viven miles de ciudadanos, todos ellos votantes, naturales aliados del gobierno.
Lo que ha hecho el ejército es poner en práctica una prohibición dispuesta por el gobierno para el ingreso de la ropa usada, pero que estaba en suspenso, como en hibernación política, desde hace trece años. Quizá la decisión de poner en suspenso la prohibición no llegó a los militares por orden regular, como se dice, y ellos podrían alegar que no sabían de esta amnistía de facto, de este estilo solapado de gobernar, que algunos llaman ladino.
Es que se calcula que un millón de personas viven del negocio dentro de Bolivia y en los países vecinos, todos ellos votantes, aliados del gobierno. Si se cerrara, de veras, el ingreso de la ropa usada, sus efectos se sentirían en países vecinos: cerrarían comercios establecidos en toda la Argentina, en Asunción, pero también quedarían sin trabajo miles de transportistas.
Por todo esto, quizá el ejército reciba una reprimenda por aplicar medidas que afectan al comercio pero sobre todo al cálculo político. Una recomendación: que no se atrevan a frenar la salida de la droga, porque ese sería un pecado imperdonable.
El nuevo comandante del ejército tendría que haber recibido instrucciones de lo que se puede y lo que no se puede hacer en las fronteras, con advertencia de que algunas cosas están descartadas en un año electoral.
Patria o muerte: venderemos.