Humberto Vacaflor Ganam
El gobierno de Luis Arce está en, por lo menos, dos dilemas: debe decidir el criterio de prioridad para la aplicación de la vacuna rusa contra el virus chino y debe definir quiénes serán despedidos de la administración pública ahora que ha decidido reducir en gasto en 30%.
Lo de la vacuna no es tan urgente porque, al fin y al cabo, no ha cumplido con los requisitos científicos y si se la va a usar en Bolivia será un gesto más de identificación ideológica con Vladimir Putín, algo que está haciendo también el gobierno de Cristina Kirshner de Argentina.
Los bolivianos no se han interesado mucho en el tema porque saben, gracias a Internet, que la vacuna rusa no ha cumplido con los requisitos científicos exigidos por la OMS, lo que le quita toda credibilidad.
De todos modos, el diputado Leonardo Loza, del MAS, dijo que en la lista de prioridades para el uso de la vacuna él mismo estará en primer lugar, luego los ministros, los parlamentarios y finalmente los trabajadores de la salud, para culminar con los periodistas, a los que incluyó sólo con propósitos de propaganda.
Al final, el presidente Arce optó por no recibir la vacuna rusa porque quizá diga que, al fin y al cabo, él será muy masista pero no tanto como para someterse a este experimento. Apoya la eliminación del sector privado de la economía pero su identificación ideológica no llega a obligarle a semejante sacrificio, sobre todo porque él es un cliente de la clínica Albert Einstein de Sao Paulo, donde las cosas se hacen en serio. La seriedad de esta clínica es proporcional al monto de sus facturas.
Quizá el presidente acepte el criterio de Loza, de que los cocaleros sean los primeros en recibir la vacuna. Es probable que diga: si los cocaleros se salvan, el caudillo estará feliz, y si no se salvan, pues nada, siempre y cuando nadie se alegre.
El otro dilema de Arce es más complicado todavía. Debe definir quiénes tendrán que ser barridos de las planillas de empleados públicos ahora que ha decidido reducir en 30%, para comenzar, el gasto público.
Los masistas habían propuesto que los primeros despedidos sean los “pititas”, como denominan a los que habrían entrado a las listas de burócratas con Jeanine Áñez. Pero pronto descubrieron que Áñez no había logrado ni siquiera rasguñar la estructura masista del aparato estatal.
El dilema se complica ahora, cuando debe despedir a los masistas del gobierno del cocalero para dar lugar a los que llegaron con él, es decir con el pupilo del caudillo.
Momento de una ruptura generacional pero también ideológica.
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