Humberto Vacaflor Ganam
El cocalero Morales retornó a La Paz después de un año de ausencia y comprobó que ya no tenía las tres residencias presidenciales a su disposición: la de San Jorge, del Palacio Quemado y del nuevo palacio, y se había convertido en un personaje de segundo orden.
Todo eso había ocurrido en un año. Se había marchado apresuradamente, perdiendo los calcetines, cuando estaba en la cima del poder y ahora retorna solo como el presidente de las seis federaciones de cocaleros del Chapare. Un cargo no muy honorable que digamos.
Cuando le dieron un lugar para dormir comprobó que estando en La Paz sentía con mucho más dolor el haber perdido el cargo de presidente, que él estaba a punto de convertirlo en cargo de dictador, sino fuera porque una insurrección popular pacífica lo obligó a renunciar.
Y recordó los instantes en que había tomado la decisión de no solamente renunciar, sino también de huir, a bordo de un avión enviado por el gobierno mexicano, en vista de que los países vecinos no le daban asilo.
Sus recuerdos tropezaban con su odio hacia quienes participaron en su derrota y en su cobarde escapada que muy pocos entienden cómo fue posible. Sabe que aquello no fue un golpe de Estado, pero se empeña en vender ese relato porque le ayuda a perdonarse a sí mismo por su cobardía.
El secretario general de la OEA, Luis Almagro, recordó hace pocos días que en noviembre de 2019, él le dijo al cocalero que no debía ausentarse del país, “pero él salió corriendo”.
El expresidente de la cámara de diputados, el masista Sergio Choque, había sido más duro cuando dijo que quienes renunciaron y partieron al exterior en aquel momento, se portaron “como ratones”.
Aparte de odiar a los que él bautizó como los “pititas”, y terminaron por derrotarlo, quiere odiar a los militares y policías que, convencidos de que la resistencia civil era unánime y cubría todas las calles del país, no quisieron reprimir a la gente.
Ha retornado y encontró que sólo conserva la lealtad de los jueces que él mismo había designado, lo que no debe ser motivo de orgullo. Y sabe que debe defender el derecho de los cocaleros de Chapare a producir coca solamente para el narcotráfico.
Para eso ha puesto a un ministro que evitará cualquier cosa que moleste a los cocaleros. Y ha pedido que a sus venezolanos y cubanos no los moleste nadie.
Pero lo que no ha podido es resignarse a la idea de que nunca más podrá ser presidente, y que deberá vivir pendiente de que en cualquier momento le llegue del exterior el largo brazo de la justicia por sus pecados muy conocidos.
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