Humberto Vacaflor Ganam
El cocalero Morales dice que, a pesar de su sobrepeso, podría caminar cien días sin cansarse, pero su marcha terminará cuando llegue a la ciudad que se ha propuesto “reventar”.
En realidad, no tiene una idea muy clara sobre lo que quiere hacer con La Paz, si reventarla o quemarla, como se lo dijo al general Gonzalo Terceros en noviembre de 2019.
Bueno, la verdad es que tampoco tiene una idea clara sobre el motivo de su marcha. En su estilo ladino dice que es para apoyar a Luis Arce, pero todos sabemos que lo querría renunciado para que se adelanten las elecciones y él pueda presentarse.
Que Arce se haya prestado a asistir al lanzamiento de la marcha, y haya hecho un discurso emocionado y lacrimógeno sólo demuestra el grado de despiste tiene quien es presidente por dedazo.
El cocalero no entiende cómo Arce no se ha dado por aludido con las demostraciones incontrastables de que en 2019 no hubo fraude, sino golpe, como han tratado de reafirmar el TSE, la Fiscalía y el TCP.
Por lo tanto, si él ganó en la primera vuelta en 2019, ¿qué hace en la presidencia el licenciado Arce?
Y ahí se entra en un berenjenal. Si Arce renunciara, David le dirigiría una mirada de soslayo, pero no se prestaría a este nuevo proceso de sucesión constitucional en tan poco tiempo: se quedaría en la presidencia hasta 2025.
Entonces, ¿para qué habría servido la marcha? ¿Sólo para reventar La Paz? ¿O incendiarla?
Es el gran dilema del caudillo errante, que camina bajo la lluvia y contra el viento pero que no recibe la compañía de los miles, sino millones, de seguidores que creía tener.
Sólo se le acercado un diplomático argentino, de profesión piquetero, como les llaman allí a los que aquí llamamos bloqueadores. Son del mismo gremio.
Los únicos beneficiados de la marcha serían los empleados públicos, que recibirán el pago por haber marchado, a cuenta del Cártel del Chapare, y el pago de “servidor público”, del TGN.
Los empleados públicos no habían estado tan divididos desde hace mucho tiempo. Están los “luchistas” y los “evistas”, que se odian más de lo que ambos odian a los
“pititas”.
Para subir a los buses que los llevan hasta la marcha del caudillo errante, ninguno quiere confiar en alguien del bando rival para que le marque la tarjeta.
Los políticos experimentados evitan por cualquier medio mostrar el verdadero tamaño de su popularidad y para ello llegan incluso a crear complicados sistemas de fraude. Esta vez él se ha desnudado ante el país y el mundo y ha mostrado que la política es muy ingrata.